Se acerca la semana santa, tiempo de Dios que impregna nuestro tiempo humano. Afirmo “tiempo” porque Jesús hoy habla sobre su “hora”, no exactamente como la medida de tiempo que equivale a 60 minutos, sino como un momento significativo en el que va a suceder algo importante en su ministerio público. Día a día estamos acostumbrados a medirnos por el tiempo humano, los relojes pasan sus minutos y segundos, y cuando menos pensamos ya se fue el día, el mes, el año. Al contemplar a Jesús en los últimos días de su vida terrena, recuerdo aquella frase: “cada día debe vivirse como si fuera el último” porque ─tal como lo relatan los evangelios─ Jesús vivió en plenitud cada uno de los días del tiempo humano, consciente de que llegaría el momento de su última hora, que traería como consecuencia: 1. Su glorificación en la cruz; 2. Dar la vida como el grano que cae en tierra; 3. Su juzgamiento del mundo unido a la expulsión del príncipe de este mundo; 4. Ser elevado sobre la tierra, atrayendo a todos hacia Él, entre ellos, cada uno de nosotros, creyentes (ver Jn 12, 20-33).
Jesús ya sabía de qué muerte “iba a morir”, a diferencia de nosotros que aún no sabemos ni el día ni la hora en que tendremos que rendir cuentas, aunque Jesús no tuvo que rendir cuentas porque hizo la voluntad del Padre en el tiempo humano. ¡Qué misterio aquel de la propia muerte! ¡Nos cuesta imaginarlo! ¡No cabe en la mente! ¡Vaya temor! Independientemente de la hora en que nos llegue el final de la vida, es necesario que sigamos trabajando para ver a Jesús en este tiempo, tal como nos lo sugiere el ruego de aquellos griegos del evangelio: “Señor, queremos ver a Jesús”. Ver a Jesús es bendecir el tiempo humano desde sus palabras y obras puestas en práctica; es guardarse desde este mundo para la vida eterna; es servir para ser honrado en la eternidad. Qué responsabilidad tenemos, nosotros mortales, para llegar a la gloria de Dios como lo hizo Jesús desde la cruz quien “aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo a obedecer” para darnos a vida eterna, y nosotros, ¿qué estamos haciendo para dejar huella en el tiempo humano de quienes, cuando nos den el último a Dios, queden en este mundo? Nos falta mucho para dejar la huella del tiempo de Dios en el tiempo humano, por eso pidámosle de manera personal: “Oh, Dios, crea en mí un corazón puro” (Salmo 50). Amén.
José A. Matamoros G. Pbro.
Párroco
Mensaje del Santo Padre Cuaresma 2018
El fuego de la Pascua: “Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo.… En la noche de Pascua reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo» poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica. «Que la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu», para que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús: después de escuchar la Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad.Los bendigo de todo corazón y rezo por ustedes. No se olviden de rezar por mí”. Papa Francisco.