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Comentario a las lecturas del Domingo

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Cuarto Domingo de Cuaresma (Ciclo B) 11 de marzo de 2018

¿Quién no ha tenido infidelidades, que en su mayoría son producto de malas decisiones? Infortunadamente nos hemos acostumbrado a la infidelidad personal o social y esto conlleva muchas desgracias en la vida. La infidelidad (infidelitas) ─que puede ser directa, indirecta, virtual, afectiva, sexual, obligada─ es la consecuencia de irrespetar la lealtad que se le debe a alguien o a algo (principios, ideas, obligaciones y compromisos adquiridos en todo nivel ─personal, familiar, laboral, social o espiritual─). Por tanto, implica quebrantar la confianza recibida e ir en contra del otro y de nosotros mismos; compromete nuestro criterio, nuestras emociones y sentimientos. La infidelidad.

Dios ─aunque sea paciente y misericordioso─ no tolera ninguna clase de infidelidad; peor aún si esta viene acompañada de la burla, como ocurrió con el pueblo de Israel (ver 2 Crónicas 36, 14ss), que después cayó en desgracia por dicha actitud, hasta cuando retomó el camino (de lo cual es signo la construcción del templo) y volvió a la fidelidad. Los seres humanos ─al igual que Dios─ reaccionamos con dureza ante una infidelidad, porque quedan heridas que difícilmente cicatrizan. Dios espera que volvamos al camino de la rectitud si hemos sido infieles en cualquier dimensión de la vida; Él quiere nuestro arrepentimiento y retorno al camino fiel (conversión) para que retomemos la confianza y volvamos a vivir; por eso sana nuestras heridas y rencores a través del camino de la oración, la reconciliación y la práctica de la misericordia.

 

A pesar de nuestra infidelidad, san Pablo reafirma la fidelidad de Dios hacia nosotros a través de su gran amor revelado en Cristo Resucitado, quien cargó y sigue cargando sobre sí todas nuestras infidelidades (ver Efesios 2,4-10). El evangelio resalta el camino de la fidelidad espiritual en tres puntos:

  1. El levantamiento de Jesús en la cruz que hace posible la vida eterna.
  2. El amor de Dios por el mundo, que provoca el don de su Hijo para que quienes crean en él tengan vida eterna.
  3. El juicio de condenación para quienes no creen en el Hijo.

Tomemos conciencia de que ─en la vida o en la muerte─ Dios juzgará nuestra capacidad para ser fieles, porque preferir las tinieblas es darle rienda suelta a toda infidelidad, cuyo fruto son desgracias mayores y acciones maldadosas que opacan la verdad, que no van de acuerdo a la voluntad de Dios (ver san Juan 3,13-21). La Cuaresma es un tiempo para escrutar nuestras infidelidades y detectar aquello que nos impide asumir la fe cristiana, para arrancarlo de raíz, así nos duela; de lo contrario, se nos seguirá pegando la lengua al paladar (ver Salmo 136) porque se nos olvida que Dios Padre nos quiere fieles, tanto a Él como a su Hijo Jesucristo. Amén.   

 

 José A. Matamoros G. Pbro.

Párroco

 

Mensaje del Santo Padre Cuaresma 2018

¿Qué podemos hacer? Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno. El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos, para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.

            El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia. A este propósito hago mía la exhortación de san Pablo, cuando invitaba a los corintios a participar en la colecta para la comunidad de Jerusalén: «Os conviene» (2 Co 8,10). Esto vale especialmente en Cuaresma, un tiempo en el que muchos organismos realizan colectas en favor de iglesias y poblaciones que pasan por dificultades. Y cuánto querría que también en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de la divina Providencia: cada limosna es una ocasión para participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de mí para ayudar a un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis necesidades, él, que no se deja ganar por nadie en generosidad?

            El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.