COMENTARIO DEL DOMINGO 11 DE FEBRERO DEL 2018
El miedo “al qué dirán” o a “meterse en problemas” y los prejuicios (por el credo, el pensamiento político o el estrato social, la condición física, etc.) se traducen en rechazo y marginación de unas personas hacia otras. Padecer el rechazo y la marginación deja dolorosas espinas en el alma, más aun en los momentos de soledad o de mayor dificultad. En tiempos del Antiguo Testamento, la enfermedad física era motivo para que una persona fuera rechazada y excluida de la comunidad, tanto más si tenía lepra. La Ley estipulaba que el desgarre de la piel era catalogado como impuro y la persona debía andar harapienta, despeinada, gritando su enfermedad y vivir apartada del campamento o fuera de la ciudad (ver Lev 13, 1-2. 44-46). Consideremos la situación de un ser humano que, además de vivir en estas condiciones, no es parte de la “aldea global” y sucumbe en el anonimato como uno de tantos a los que yo lo llamo “los desconocidos del siglo XXI”. Volvamos la mirada y el corazón hacia muchas personas que ─a nuestro alrededor─ están abandonadas en los hospitales, los ancianatos, los orfanatos, incluso aquellas que han sido sepultadas como “NN” en los cementerios.
San Pablo nos exhorta para hacer en «todo la gloria de Dios». Este es un modo de agradar a Dios haciendo el bien, actitud que cuesta ya que se nos olvida el ejemplo de Jesús que siguió el Apóstol (ver 1 Cor 10, 31-11,1). Qué bella oportunidad para glorificar a Dios en los hermanos que, por situaciones inhumanas, sufren o son rechazados. Hoy el ejemplo de Jesús nos deja sin palabras: un leproso sin nombre ni familia ni trabajo ni bienes se acerca, se arrodilla ante Jesús y le suplica con palabras que conmueven, acaban con todo rechazo y son para la gloria de Dios: «Señor, si quieres puedes curarme» (ver Mc 1, 40-45). El leproso sobrepasa el límite de los 50 pasos frente a Jesús y Él extiende su mano, lo toca: «Quiero, queda limpio». El leproso no pide curación sino la condición de limpieza espiritual y social para volver a la vida normal. Jesús contagia al leproso de su sanidad y santidad, así lo hace limpio. Hoy día: ¿De qué debe limpiarnos el maestro? Preparemos el corazón para recibir la ceniza el próximo miércoles con la conciencia de que somos pecadores en camino de santidad, de perfección, de limpieza interior: “Conviértete y cree en el evangelio”. Amén.
José A. Matamoros G. Pbro.
Párroco