Esta semana hemos sentido lo que significa “volver a la normalidad” de la vida cotidiana en actividades como madrugar a trabajar, volver tarde a la casa, tener paciencia con los trancones, alistar la temporada de inicio del colegio y de la universidad, ahorrar o pagar deudas, etc. Pero para nosotros creyentes la vida no debe caer en una “supuesta normalidad” ya que siempre habrá esperanza para lograr las metas y propósitos que nos hemos fijado, entre ellas ─y ojalá sea así─ crecer espiritualmente para ser mejores personas.
¿Cómo crecer espiritualmente este 2018?
Jesús, el nuevo Jonás, nos recuerda un propósito de nunca acabar: LA CONVERSIÓN (Ver Mc 1,14-20). Esta necesidad nace de reconocernos limitados, mortales y pecadores porque Dios nos llama a cambiar de mentalidad (metanoia) o a volver al camino (epistrefo), una tarea de toda la vida que implica:
1. Actitud de docilidad para cambiar sin esperar a que nos suceda “algo terrible” para mejorar como hizo Dios con Nínive (ver Jonás 3,1,1-5,10);
2. Sacar de nuestra alma toda la apariencia de este mundo que se acaba (ver 1 Cor 7,29-31);
3. Arrepentirnos de corazón por el daño que hemos hecho al pecar;
4. Aceptar la buena nueva de Dios como mensaje que transforma la vida y las estructuras sociales que nos rodean, viviendo una “conversión sin condiciones”;
5. Tener a Jesús como centro de nuestras vidas, pasando de actitudes negativas a la novedad de vivir la gracia santificante que viene por su palabra, por los sacramentos y las obras de misericordia.
Para interiorizar: ¿De qué me tengo que convertir para seguir el camino de Dios, ser más feliz y hacer felices a los demás? Señor, enséñame tus caminos, amén.