Iniciamos un nuevo año litúrgico marcado por el ciclo B y el tiempo del Adviento que tiene como evangelio central a San Marcos. Con el “Adviento” (adventus) celebramos la primera venida del Señor en su nacimiento (navidad) y la segunda en la cual estamos a la espera de su retorno al fin de los tiempos (Parusía y Escatología). A partir de hoy nuestro ánimo cambia de tonalidad espiritual, empezando por los ornamentos sacerdotales de color morado, la ausencia de las flores, la corona de adviento a la vista de todos, las lecturas que tienen como personajes a personajes como Isaías, María, san Juan el Bautista o san José; a nuestros padres, abuelos y niños se les despierta el sentido festivo del mes de diciembre y entre las familias arraigadas por las hermosas tradiciones navideñas ya se comienzan a desempolvar las figuras del pesebre y las decoraciones propias de este tiempo, y qué decir de las novenas y villancicos que alegrarán estas fiestas. ¡Qué bellos momentos vividos! o mejor ¡aquellos diciembres que nunca volverán! como dice la canción.
Para nosotros, católicos, todo diciembre vuelve en la medida en que lo vivimos a partir de tres actitudes espirituales que nos preparan a la Navidad:
1. La preparación interior que se expresa en reconocer que somos pecadores y llamados a dejarnos moldear por el Señor ya que somos como arcilla entre sus manos (ver 1ra Lect.);
2. La preparación exterior que exige que aquello que vivimos en el espíritu del Señor lo expresemos con nuestro testimonio en el hablar, saber y actuar (ver 2ª lect), y,
3. Velar como el portero que vigilante y despierto está a la puerta cuidando de la seguridad del lugar que se le ha confiado (ver evang.). En la vida cotidiana corremos el riesgo de dormirnos en laureles, actitud que no nos permite ver la maldad que quiere destruir la obra de Dios y opaca la bondad de nuestros corazones; actitud que nos deja ver el mal como bueno o lo bueno como malo, todo un relativismo que nos aleja de la humilde condición de Aquel que nacerá en un austero pesebre. Hagamos de este diciembre un verdadero tiempo para vigilar y estar atentos de hacer lo que al Dios humanado le agrada diciendo de corazón: “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve” (Salmo 79).
José A. Matamoros G. Pbro.