En la pasada reflexión terminaba preguntando: ¿Soy consciente de ser un ángel e hijo(a) de Dios que desde la tierra busca la vida eterna? Se trata de una invitación para recordar y dar significado a lo que hemos vivido, hacer conciencia de la finitud y la temporalidad de nuestra existencia, permanecer y perseverar en lo esencial. Es importante tener en cuenta que, tanto en el tiempo de Jesús como en el nuestro, persisten los acontecimientos catastróficos que nos interpelan y nos sacuden (desastres naturales, actos de terrorismo, guerras, asesinatos, abuso, injusticia). Junto con ello, la respuesta de muchos será buscar el disfrute de los bienes pasajeros, alejarse de la realidad propia y ajena, fijando su mirada en distintas fuentes de distracción o de consuelo para alejar el miedo, la angustia, la desesperanza y el sinsentido.
Podemos tener un templo parroquial hermoso y pueden ser loables las obras de nuestro ingenio, pero si no vivimos lo que Dios quiere, todo será vano y nuestros corazones serán fachadas de una “supuesta hermosura espiritual”. Hoy como ayer abundan caudillos y supuestos mesías que aprovechan los temores e inseguridades de la gente para dividir y sacar provecho. Jesús habla de tres señales terribles: falsos profetas, caos político y desastres naturales, que se relacionan con la destrucción de Jerusalén y, en nuestra vida, con la destrucción del alma cuando no somos ejemplo cristiano y no trabajamos por dignificar la vida (ver Tes 3, 7-12); cuando no damos testimonio de la fe (aún en medio de la tribulación) o cuando se nos olvida la sabiduría de Dios (ver Lucas 21, 5-19).
En la segunda venida del Señor, quien tenga paciencia ante los problemas, exigencias o tribulaciones, ganará su alma. Pidámosle al Señor, «que llega para regir la tierra» (ver Sal 97) que nos conceda la gracia de perseverar siempre en la confesión de su nombre, porque sólo desde la tierra se construye la vida eterna y angelical que nos espera. Amén.
José A. Matamoros G. Pbro.
Párroco
PÍLDORA LITÚRGICA 14: LA LITURGIA EUCARÍSTICA: La Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística no son dos actos de culto distintos, sino dos momentos celebrativos de un único misterio. La Iglesia ha estructurado la celebración de la Liturgia Eucarística a partir de las acciones que corresponden a las palabras y gestos del Señor en la Última Cena. En la Última Cena Cristo instituyó el convite pascual, por medio del cual el Sacrificio de la Cruz se vuelve continuamente presente cuando el sacerdote, que representa a Cristo, realiza la acción que el mismo Señor cumplió y ordenó a sus discípulos que hicieran en su memoria.