El pasado lunes festivo, siendo las 5:00 a. m., un sujeto irrumpió en el atrio del templo, atacó la puerta de vidrio de la capilla del Santísimo, pero milagrosamente no logró romperla, luego ─con una fuerte patada─ rompió una de las puertas de los cenizarios, ingresó al lugar sagrado y permaneció allí por 17 segundos, finalmente huyó. Aunque la alarma se activó, y la empresa de seguridad junto con el celador del parqueadero dieron aviso, ya el daño estaba hecho.
Además de la consternación y el dolor por la profanación de los lugares sagrados, hecho que va en contra de la sacralidad de la Iglesia católica y la memoria de sus fieles difuntos, me impactó la violencia de aquel hombre ¿Qué buscaba? ¿por qué actuó así? ¿cuál es el horizonte de su vida? Seguramente no lo sabremos, pero sí podemos comprender este hecho de vida a la luz de la palabra de Dios, que hoy nos recuerda la actitud los siete hijos de aquella mujer, quienes fueron capaces de afrontar y soportar el asedio, la burla, la tortura y el martirio por mantenerse fieles a la ley Divina. Uno de ellos nos conforta y aporta la clave de nuestra meditación: «Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la esperanza de que Dios mismo nos resucitará» (Ver Macabeos 7, 11ss) como ha resucitado a Jesús.
El Señor, confrontado por las suposiciones de los saduceos ─clase sacerdotal judía asociada con el templo─, sale a la defensa del matrimonio dentro del orden temporal, pero va más allá: «Los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos…» El papa Francisco nos ha recordado que “No hemos nacido para la muerte, sino para la resurrección”, por tanto, estamos llamados a participar con Cristo de la vida divina. Así que, en medio de los hechos de violencia contra nuestra fe, prevalecerá la esperanza de la resurrección. «El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Maligno» (Ver Tesalonicenses 2, 16 ss); no moriremos para este mundo, sino que viviremos para Dios, un Dios de vivos no de muertos. Pidámosle al Señor que dirija nuestros corazones hacia el amor de Dios y la paciencia de Cristo. Para la reflexión: 1. ¿Cómo se manifiesta la resurrección del Señor en nosotros? 2. ¿Soy consciente de ser un ángel e hijo(a) de Dios que desde la tierra busca la vida eterna? Amén.
José A. Matamoros G. Pbro.
Párroco
PÍLDORA LITÚRGICA 13: LA ORACIÓN DE FIELES: También se llama Oración común, Oración o Plegaria universal. Consta de una introducción y de unas peticiones de carácter universal, y también local: -por las necesidades de la Iglesia Universal, -por las necesidades de la sociedad, por los gobernantes de las naciones, de las personas, por la salvación del mundo, - por los que sufren cualquier necesidad,-por la comunidad local. Las peticiones pueden ser leídas por una o varias personas y han de estar preparadas y escritas. Pueden amoldarse a las diversas celebraciones: una boda, un funeral, un aniversario, etc.