Ser esclavos de la plata, del poder y del placer –las tres p-nos lleva a ser indiferentes ante el dolor, sufrimiento y necesidades de los demás: «Se ungen con el mejor de los aceites, pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José», y tendrán su condena: «irán al desierto, a la cabeza de los deportados…» (Ver Amós 6, 1ª.4-7). En cambio, buscar la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia y la mansedumbre, sabiendo combatir en buen combate de la fe nos lleva a la vida eterna, san Pablo añade: «te ordeno que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo» (Ver 1 Tim 6, 11-16).
Jesús nos confronta con la parábola del rico y del pobre Lázaro para reflexionar que las “-tres p-” no lo son todo en la vida y que lo que uno hace en la tierra tiene su reflejo en el más allá. Ya conocemos la historia: los dos mueren, el alma del rico va al infierno no porque es rico sino porque fue indolente ante los pobres que no ayudó teniendo los recursos; el alma de Lázaro va al cielo, no por ser pobre sino porque escuchó a Moisés y los profetas, es decir, escuchó a Dios y puso en práctica su Palabra. Entre los dos se fijó un gran precipicio que los separa, como quien dice: ¡ya lo que fue, fue! o vamos al cielo o vamos al infierno.
No esperemos a que nos pase algo grave o nos llegue la muerte para recapacitar, para cambiar, así resucite el Papa San Juan Pablo II o nos hablara el Papa Francisco al oído sino somos capaces de escuchar y poner en práctica la Palabra de nada nos sirve. Necesitamos acción y decisión para cambiar y buscar la vida eterna: ¿qué necesito para orar más, perdonar más, sonreír más, valorar más? Tenemos a Jesús, reflexionemos acerca de la condenación eterna porque es Dios mismo quien nos habla. Siempre habrá un Lázaro a nuestro alrededor que nos abrirá las puertas del cielo y si no somos capaces de escuchar a Dios, así venga nuestro Arzobispo, de nada nos sirve: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto» (Ver Lc 16,19-31). Reflexionemos: ¿Guardamos un sano temor de Dios? ¿Qué nos impedirá ir al cielo? Amén.
José A. Matamoros G. Pbro.
Párroco