El domingo anterior, examinábamos qué tanto somos humildes a semejanza del Señor quien hoy, camino a Jerusalén y acompañado de una gran multitud con un “entusiasmo contagioso”, nos enseña que la humildad va de la mano de la cruz, cuyo discipulado va acompañado del alto precio del compromiso, primero, de amar menos a la familia y a uno mismo que a Él y, segundo, «quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío». Compromiso y cruz son las exigencias del evangelio, dos palabras absurdas para tantas personas que no las aplican como parte de su existencia.
Compromiso y cruz deben ser parte de la construcción de la vida terrena, camino a la vida eterna, para lo cual es necesario tener en cuenta: 1) Calcular y dejarse asesorar para tener objetivos claros en la vida, de lo contrario, caeríamos en la desilusión, el desastre y la burla: “Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”; 2) Deliberar si se tienen las herramientas necesarias para afrontar los retos de la vida y no perder fuerzas, carismas, gastos, etc., de lo contrario, es mejor “pedir condiciones de paz”, es decir, aprender a vivir con los problemas sin sobresaltos; 3) Volver la mirada a Dios, rechazando todo aquello que nos preocupe cuando tenemos bienes materiales -desprendimiento- (ver Lucas 14,25-33). Como discípulos del Señor, vale la pena preguntarnos: a) ¿Buscamos la voluntad del Señor en nuestra vida, a sabiendas que somos frágiles e inseguros en nuestros razonamientos? (Ver Sab 9,13-18) b) ¿Sentimos a los demás como hermanos queridos como lo dice San Pablo encomendando la vida de Onésimo a Filemón? (Ver Fil 9b-10.12-17) c) ¿Qué tiene que ver el Salmo 89 con nuestro proyecto de vida? Definitivamente, cada quien se labra su destino temporal y eterno. Oremos: Señor, enséñanos a calcular nuestros años,para que adquiramos un corazón sensato. Amén.
José A. Matamoros G. Pbro.
Párroco
PÍLDORA LITÚRGICA 11: LA HOMILÍA
¿Qué es la homilía? Es la predicación reservada al sacerdote o al diácono transitorio o permanente, que actualiza la Palabra de Dios a la vida del creyente dentro de la Liturgia, a partir, fundamentalmente, de las lecturas que se han escuchado. Se proclama durante el año litúrgico. Quien predica debe ser un oyente y un servidor humilde de la Palabra de Dios. El fin de la homilía es ayudar a los fieles a captar las exigencias del camino cristiano que tiene como centro a Jesús y su mensaje del reino de Dios. Su lenguaje debe ser claro, sencillo, adaptado a los oyentes, encarnado en sus vidas. En la celebración litúrgica no debe ser pronunciada por laicos.