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Comentario a las lecturas del domingo

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Domingo 22º del Tiempo Ordinario - Ciclo C1 de septiembre de 2019

Nuestra meditación anterior terminaba con esta exhortación: Seamos los primeros en dejarnos corregir en esta vida, para ser primeros en el cielo. Este es un paso esencial en nuestra vida espiritual y para darlo, no basta profesar la fe, es necesario ser humildes. Así que, examinemos qué tan humildes somos: 1. ¿Evito hacer alarde de mí mismo? 2. ¿Procuro descubrir lo mejor de los demás? 3. ¿Elogio sinceramente las virtudes del otro? 4. ¿Soy capaz de admitir mis errores prontamente?  5. ¿Soy el primero en disculparme después de una discusión? 6. ¿Admito mis limitaciones y necesidades? 7. ¿Sirvo a los demás sin esperar nada a cambio? 8. ¿Rehúso ser el centro de atención? 9. ¿Soy agradecido por todo lo que tengo en mi vida y reconozco a Dios como su fuente? 10. ¿Oro para que en mi corazón haya humildad y sencillez?

Cuidémonos de la falsa humildad, aplaquemos la soberbia y el orgullo. Digámosle «NO» a la arrogancia, la altivez, la soberbia y la vanidad que nos alientan a ostentar importancia y exigir tratamiento especial sobre la base de la apariencia y del privilegio, tal como ocurre entre los colombianos con la típica frase: ¿Usted no sabe quién soy yo? Cultivemos la modestia y tengamos presente que la persona humilde es estimada, alcanza el favor de Dios, tiene prudencia y su oído está atento a la sabiduría (ver Eclo 3, 17ss). El alma del humilde está más cerca de Dios y su nombre está inscrito en el cielo porque vive la justicia (ver Heb 12, 18 ss).

Jesús, el Mediador de la nueva alianza, nos recuerda que los pobres, lisiados, cojos y ciegos (aquellos que no pueden valerse por sí mismos o que por su miseria carecen de valor ante los demás) son los más importantes, los primeros. Nuestro verdadero mérito está en enaltecerlos y compartir generosamente con ellos: «Serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos» (ver Lc 14, 1. 7-14). Amén.

José A. Matamoros G. Pbro.

Párroco

PÍLDORA LITÚRGICA 10: LA PROCLAMACIÓN DEL EVANGELIO

La liturgia de la Palabra culmina con la proclamación del Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Escuchamos su vida y obra durante todo el año litúrgico en los ciclos A (para escuchar pasajes del evangelio de Mateo), B (Evangelio de Marcos) y C (Evangelio de Lucas) y entre semana se tienen en cuenta el año par e impar. Evangelio –del griego euangelionsignifica “buena nueva” y su base está en las versiones de san Mateo, san Marcos y san Lucas (conocidos como Sinópticos) y san Juan, que narran la vida del Salvador. El sacerdote o el diácono proclaman el Evangelio, dicen: “Palabra del Señor”, los fieles lo escuchamos de pie y, al final, nosotros contestamos con voz elocuente: “Gloria a Ti, Señor Jesús”.