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Comentario a las lecturas del domingo

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Domingo 18º del Tiempo Ordinario - Ciclo C4 de agosto de 2019

¿Cómo estamos viviendo y para qué estamos viviendo? Siendo seminarista (en 1997), estuve de misión en un sector muy pobre cerca de Corabastos, a la orilla de una quebrada ─imagínense el ambiente─. En un rancho nos acogió una pareja de viejitos, felices de que estuviéramos ahí. Después de Orar la novena y conversar con ellos sobre su vida, nos brindaron tinto con arepa. Los seminaristas nos mirábamos unos a otros y finalmente comimos lo que nos prepararon con tanto amor. Me impactó muchísimo que ellos no dudaron al repartir su alimento mientras nosotros dudábamos al recibirlo, pensando que nos podría hacer daño. ¡Qué gran lección! Los más empobrecidos son felices compartiendo su fe, su alegría, su fraternidad y acogiendo a otros, aquí la vanidad ni el tener cosas materiales no tienen cabida para ser felices.

El Eclesiastés nos recuerda la desgracia de la vanidad: «De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente» (ver Ecl 1, 2ss). Seremos reducidos al polvo, la vida es frágil y pasajera, como la hierba que se renueva, la siegan y se seca. Entre tanto, roguemos que «Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos» (Ver Salmo 89) y revistámonos del hombre nuevo, dando muerte a la «fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avariciaque es una idolatría» (Colosenses 3, 1-5. 9-11).

Jesús nos advierte: «guárdense de toda clase de codicia. Pues...». Hemos olvidado que nacimos para Dios, nos domina la vanidad y vivimos apegados al dinero o a los bienes materiales, como aquel hombre rico que se decía: «alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe,banquetea alegremente» (ver san Lucas 12, 31-21). ¿Para quién será lo que guardamos cuando Dios nos reclame la vida? No despreciemos al necesitado, prefiramos ser pobres para el mundo y ricos ante Dios, ayudemos a la familia y a la Iglesia en sus obras de misericordia, cueste lo que cueste. Amén.

José A. Matamoros G. Pbro.

Párroco

PÍLDORA LITÚRGICA 6: LA ORACIÓN COLECTA EN LA SANTA MISA

Es una oración que el sacerdote dice juntando las manos; fue introducida probablemente por san León Magno en el siglo V y consta de cinco partes: 1. Invitación a la oración. 2. Un momento de silencio, para la oración personal, abierta a intenciones universales. 3. Oración por parte del sacerdote, dirigida a la Trinidad: Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo... 4. Conclusión, con una profesión de fe. 5. Aclamación y asentimiento por parte del pueblo, que contesta: Amén; es decir: Así se sea, que se haga así. La oración colecta recoge todas las intenciones de la Iglesia universal.