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Comentario a las lecturas del domingo

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Domingo 17º del Tiempo Ordinario - Ciclo C28 de julio de 2019

Nuestra capacidad para acoger, amar y servir a otros es llevada al límite con facilidad. Hay personas intensas, inoportunas e impertinentes a la hora de pedir algo o pretender que cambiemos de parecer. ¿Cómo responder? Al contemplar a Abrahán y su atrevimiento de interpelar a Dios para que desista del castigo a Sodoma y Gomorra, encontramos una actitud de perseverancia (intensidad positiva) confiada en el valor del bien, por insignificante que este sea. Su clamor dio fruto: «En atención a los diez, no la destruiré». Al Señor no le importuna la petición de misericordia de quien se tiene por polvo y ceniza (ver Gn 18, 20-32). Jesús, tal como se aprecia en la parábola del amigo inoportuno, es consecuente con esta lógica del Padre e intercede insistentemente por nosotros, que carecemos de méritos para ser tomados por justos.

En estos textos emerge el valor de la oración como instrumento para construir armonía entre la voluntad de Dios y el clamor humano, como encuentro que nos alimenta para encarar el reto de la misericordia. La mejor muestra de ello está en el Padre Nuestro, profundo y arriesgado en sus cinco peticiones: 1. Dios es Padre de todos; su nombre es santo y estamos llamados a ser santos; 2. El Reino de Dios es distinto al reino del mundo; 3. Vivir con lo necesario, valorar lo que tenemos y enaltecer la sencillez; 4.  Vivir el perdón desde la cruz del Señor, así nos duela, sin guardar rencor, ni amargura ni venganza; 5. Ser conscientes de las tentaciones que tenemos día a día, pedir a Dios la fuerza para no caer en ellas y vencer al tentador.

Ocupémonos de la vida espiritual, teniendo como ancla la oración que Jesús nos enseñó, junto con la promesa de su favor: «¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?» (Ver Lc 11, 1-13). Para reflexionar: ¿Soy capaz de orar del mismo modo que Jesús, intensa y confiadamente en el Padre? Amén.

 

José A. Matamoros G. Pbro.

Párroco

PÍLDORA LITÚRGICA 5: EL CANTO DEL «SEÑOR TEN PIEDAD» Y EL GLORIA

El SEÑOR, TEN PIEDAD es un canto con el que los fieles aclaman al Señor e imploran su misericordia, todos ─tanto el pueblo como el coro o el cantor─ toman parte en él; incluye a toda la humanidad, todas sus necesidades materiales y espirituales. También puede ser recitado. El HIMNO DEL GLORIA ─que se puede cantar o proclamar y cuyo texto no puede cambiarse por otro─ es un canto litúrgico antiquísimo de aclamación y súplica con el que la Iglesia, congregada en el Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre (Señor Omnipotente, Rey del Cielo) y glorifica y le suplica al Cordero (Señor, Cordero de Dios, Hijo del Padre). Se canta o se dice en voz alta los domingos fuera de los tiempos de Adviento y de Cuaresma, en las solemnidades y en las fiestas, y en algunas celebraciones peculiares más solemnes. Comienza con las palabras del ángel en Belén, seguidas por una estrofa dirigida a Dios Padre, otra dirigida a Dios Hijo y concluye con una glorificación a Dios Uno y Trino.