Hoy nos congregamos para adorar a la Santísima Trinidad que es comunión de amor, descrita bellamente en las palabras de san Atanasio de Alejandría «el Padre es la fuente, el Hijo es el agua y el Espíritu es la bebida que tomamos», y leída en clave de familia. Esta «familia divina» no está cerrada en sí misma, sino que está abierta, se comunica en la creación y en la historia y ha entrado en el mundo de los hombres para llamar a todos a formar parte de ella. (S. S. Francisco).
A la luz de este misterio, conviene que nos preguntemos: ¿Qué imagen tenemos del Dios que es Uno y Trino? Sin duda, responderemos desde nuestra experiencia de vida familiar y lo que nos han transmitido nuestros padres. En el himno de la sabiduría de Dios, engendrada antes de todo lo creado (ver Proverbios 8,22-31), se nos revela el misterio de la comunión divina en sus relaciones de amor y en el acto de la creación, pues «estaba junto a Él, como confidente». Nosotros, al igual que ella podemos acercarnos a comprender la naturaleza de Dios al reconocernos como seres creados a imagen suya: Señor, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? (ver Salmo 8)
El Hijo amado ha derramado el amor de Dios en nuestros corazones, «Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos; y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios» (ver Romanos 5,1-5). Gracias a Él podemos entrar en la comunión divina y transformar nuestras realidades complejas, nuestra sociedad y ─sobre todo─ nuestra familia al permitir que “el espíritu de la verdad” nos guie hasta la “verdad plena” (ver Juan 16, 12-15) y nos fortalezca en los momentos de prueba. Un hijo es lo que los padres son y, a padres exigentes, fieles, amorosos y llenos de fe, hijos con futuro bendecido y creyente en la Trinidad Santa. Amén.
José A. Matamoros G. Pbro.
Párroco
MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO: “El Espíritu libera los corazones cerrados por el miedo. Vence las resistencias. A quien se conforma con medias tintas, le ofrece ímpetus de entrega. Ensancha los corazones estrechos. Anima a servir a quien se apoltrona en la comodidad. Hace caminar al que se cree que ya ha llegado. Hace soñar al que cae en tibieza. He aquí el cambio del corazón.Muchos prometen períodos de cambio, nuevos comienzos, renovaciones portentosas, pero la experiencia enseña que ningún esfuerzo terreno por cambiar las cosas satisface plenamente el corazón del hombre. El cambio del Espíritu es diferente: no revoluciona la vida a nuestro alrededor, pero cambia nuestro corazón; no nos libera de repente de los problemas, pero nos hace libres por dentro para afrontarlos; no nos da todo inmediatamente, sino que nos hace caminar con confianza, haciendo que no nos cansemos jamás de la vida.El Espíritu mantiene joven el corazón – esa renovada juventud. (Ciudad del Vaticano, 20 de mayo de 2018, Solemnidad de Pentecostés).