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Comentario a las lecturas del domingo

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Domingo de Pentecostés9 de junio de 2019

Al contemplar el misterio de la vida, podemos reconocer la presencia de una fuerza fundamental que la mantiene, la renueva y la preserva con tenacidad; lo mismo ocurre con la existencia humana, que cobra fuerza para mantenerse, seguir adelante y sobreponerse ante la crisis, el dolor, el sufrimiento y la muerte. Hallaremos personas que nos permitan expresar lo que guardamos en el corazón, y nos ayuden a sopesar los problemas y las angustias, frente una meta académica, profesional, deportiva, familiar, etc. Sin embargo, Dios mismo ha querido darnos ese “ánimo” (del griego ἄνεμος ánemos, traducido al español como “soplo”) y renovar nuestra vida. Este hálito vital se traduce en la alegría en el Espíritu, que nos permite comunicar la presencia y el amor de Cristo en todo momento, a pesar de los desafíos cotidianos, el rechazo y la persecución. Nosotros debemos permitir que el soplo/ánimo de Dios, recibido en el bautismo y perfeccionado por la confirmación, inspire nuestras acciones y acompañe nuestras decisiones.

El Espíritu Santo se revela “como un viento recio… como llamaradas” y hace comprensible el anuncio de la Buena Nueva para todos los que escuchan la palabra de los discípulos de Jesús (ver Hechos 2,1-11); se manifiesta en cada uno de los discípulos, con multitud de dones, ministerios y funciones, «un mismo Dios que obra todo en todos» (ver 1ª Corintios 12, 3ss). En pentecostés recibimos la fuerza del Espíritu Santo, que hace posible la alegría, la reconciliación, el perdón de nuestros pecados y la total gracia de llevar una vida animada por Dios (ver Juan 20, 19-23). Para reflexionar: ¿Nuestra vida está animada por el Espíritu de Dios? ¿Qué tanto ánimo le impregnamos a la vida? ¿Qué pecados, que no he confesado, me quitan la paz y la alegría de sentir la presencia de Dios en mí? Amén.

José A. Matamoros G. Pbro.

Párroco

 

MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO: El Espíritu libera los corazones cerrados por el miedo. Vence las resistencias. A quien se conforma con medias tintas, le ofrece ímpetus de entrega. Ensancha los corazones estrechos. Anima a servir a quien se apoltrona en la comodidad. Hace caminar al que se cree que ya ha llegado. Hace soñar al que cae en tibieza. He aquí el cambio del corazón.Muchos prometen períodos de cambio, nuevos comienzos, renovaciones portentosas, pero la experiencia enseña que ningún esfuerzo terreno por cambiar las cosas satisface plenamente el corazón del hombre. El cambio del Espíritu es diferente: no revoluciona la vida a nuestro alrededor, pero cambia nuestro corazón; no nos libera de repente de los problemas, pero nos hace libres por dentro para afrontarlos; no nos da todo inmediatamente, sino que nos hace caminar con confianza, haciendo que no nos cansemos jamás de la vida.El Espíritu mantiene joven el corazón – esa renovada juventud. (Ciudad del Vaticano, 20 de mayo de 2018, Solemnidad de Pentecostés).