Hace ocho días, el Señor nos decía: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él...». Podemos apreciar que esto se hace realidad en los encuentros del Resucitado con sus discípulos, explicándoles las escrituras, confortándolos y animándolos, pero ¿qué ocurre con esta promesa a la luz del acontecimiento de la Ascensión? ¿cómo mora Dios en el que guarda su palabra? Podríamos pensar en el sentimiento y la esperanza que surgen cuando muere una persona llena del amor de Dios, cercana y amorosa con los suyos, cuya vida permanece en la memoria de aquellos que recibieron su amor y correspondieron a él, hasta el punto en el que podemos afirmar que está viva y presente de un modo distinto. Esta es una realidad innegable, pero hay algo todavía mejor, Jesús «entró en el mismo cielo para ponerse delante de Dios, intercediendo por nosotros» (ver Heb 9, 24-28) y su obra no se reduce a sus enseñanzas y milagros, sino que comunica una fuerza vital, cuyo propósito es sostener al discípulo y a la comunidad, se trata de la vida en el Espíritu que el Padre ha prometido.
Es por esto que Lucas, escribiendo a su amigo Teófilo, da testimonio del Señor: la Ascensión de Jesús no despoja a los discípulos de la presencia de su Señor (ver Hechos 1,1-11), sino que los prepara para que sean templos permanentes del Espíritu, aquel que los alimenta con la palabra y la eucaristía. «¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?» La vida de los discípulos, a partir de este momento, no se define simplemente por el hecho estar “al lado del Señor”, sino por la misión ser testigos suyos hasta los confines del mundo. ¡Vaya responsabilidad que se nos ha confiado para cumplirla a cabalidad!
Muy seguramente hemos profesado nuestro amor hacia el Señor, hagamos que esto sea realidad, porque guardamos su palabra y cumplimos la misión que él nos confía. Que seamos recordados porque haber vivido con la alegría del Espíritu y haber comunicado la presencia y el amor de Cristo en todo momento. Amén.
José A. Matamoros G. Pbro.
Párroco
Mensaje del papa Francisco: “Que, ante los numerosos sufrimientos de nuestro tiempo, el Señor de la vida no nos encuentre fríos e indiferentes. Que haga de nosotros constructores de puentes, no de muros. Que Él, que nos da su paz, haga cesar el fragor de las armas, tanto en las zonas de guerra como en nuestras ciudades, e impulse a los líderes de las naciones a que trabajen para poner fin a la carrera de armamentos y a la propagación preocupante de las armas, especialmente en los países más avanzados económicamente. Que el Resucitado, que ha abierto de par en par las puertas del sepulcro, abra nuestros corazones a las necesidades de los menesterosos, los indefensos, los pobres, los desempleados, los marginados, los que llaman a nuestra puerta en busca de pan, de un refugio o del reconocimiento de su dignidad.Queridos hermanos y hermanas, ¡Cristo vive! Él es la esperanza y la juventud para cada uno de nosotros y para el mundo entero. Dejémonos renovar por Él. ¡Feliz Pascua!”. Ciudad del Vaticano, 21 de abril de 2019.