Hace ocho días preguntaba: ¿se nota que seguimos al Buen Pastor y que como él confirmamos en la fe a nuestros hermanos? ¡Ay Dios, qué difícil! Muchos debemos reconocernos como “católicos practicantes” que confesamos la fe en Cristo Resucitado pero permanecemos alejados de él, porque nuestra vida cotidiana no corresponde con el evangelio. En ese orden de ideas, hay escasa diferencia entre nosotros y aquellos que “cumplen el requisito” para “salir de eso” o rezan y van a misa en contadas ocasiones (crisis, enfermedad, matrimonio, funeral…) o los que por llevar el escapulario creen tener la protección total de Dios, tampoco con quienes se dicen “creyentes no practicantes”, que creen que con santiguarse salvarán su alma, aunque su vida esté vuelta un ocho.
¿Cómo se nota que un cristiano católico es auténtico? La respuesta está en boca de Jesús: «La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.» (ver Juan 13, 31 ss.) El cristiano católico auténtico vive permanentemente la alegría de la pascua, no es intermitente como las luces navideñas; sigue plenamente al Señor, es un discípulo misionero que anima a otros y los exhorta a perseverar en la fe, siendo consciente de que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios; ora, predica, cuenta lo que Dios ha hecho por medio de él para abrir a otros la puerta de la fe; y ─sobre todo─ vive la misericordia, ama a otros porque se sabe amado por Dios, que hace nuevas todas las cosas.
Que se note nuestra fe porque perseveramos en la oración y somos testigos del Resucitado en todo momento (ver Hechos 12, 21 ss.); porque somos personas de esperanza: «Ésta es la morada de Dios con los hombres: acamparé entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios.» (ver Apocalipsis 21, 1-5a); y porque en nuestro hogar además de tener una imagen religiosa, un crucifijo o una oración, vivimos constantemente el compartir solidario, el perdón y la fraternidad. Amén.
José A. Matamoros G. Pbro.
Párroco
Mensaje del papa Francisco: «Queridos hermanos y hermanas... La resurrección de Cristo es el comienzo de una nueva vida para todos los hombres y mujeres, porque la verdadera renovación comienza siempre desde el corazón, desde la conciencia. Pero la Pascua es también el comienzo de un mundo nuevo, liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte: el mundo al fin se abrió al Reino de Dios, Reino de amor, de paz y de fraternidad.Cristo vive y se queda con nosotros. Muestra la luz de su rostro de Resucitado y no abandona a los que se encuentran en el momento de la prueba, en el dolor y en el luto. Que Él, el Viviente, sea esperanza para el amado pueblo sirio, víctima de un conflicto que continúa y amenaza con hacernos caer en la resignación e incluso en la indiferencia. En cambio, es hora de renovar el compromiso a favor de una solución política que responda a las justas aspiraciones de libertad, de paz y de justicia, aborde la crisis humanitaria y favorezca el regreso seguro de las personas desplazadas, así como de los que se han refugiado en países vecinos, especialmente en el Líbano y en Jordania». Ciudad del Vaticano, 21 de abril de 2019.