En el itinerario de la experiencia pascual, la Iglesia nos propone la celebración del Buen Pastor. Con tal fin, acude al pasaje de san Juan (10, 27-30) que forma parte de la respuesta dada por Jesús a los judíos, cuando éstos lo confrontaron para que les dijera si él era o no el Mesías. Dicho relato anticipa el acontecimiento pascual, donde el nuevo rebaño de Jesús se constituyó perfectamente tras su muerte y resurrección. A partir de la Pascua se instauraron nuevas relaciones de mutuo conocimiento y comunión entre el Pastor y sus ovejas. Los que han creído pertenecen a Jesús y son herederos de la vida que él obtuvo para los suyos en la cruz. El Resucitado es el Buen Pastor que va delante de ellos y los guía; ellos se muestran dóciles a su voz y le siguen.
Somos de Dios Padre, y Él y Jesús, son uno. Esta hermosa verdad bíblica debe movernos a asumir en la vida el pastoreo del Señor, a través de actitudes como: 1. Ser fieles a la gracia que hemos recibido de Dios; 2. Escuchar la Palabra de Dios, predicarla y ponerla por obra, así muchos sientan envidia o nos insulten; 3. Asumir las consecuencias de creer en el Señor (rechazo, burla, persecución, dolor), lavar y blanquear nuestras vestiduras en la sangre del Cordero; 4. Vivir y practicar la misericordia, de modo que sea evidente nuestra condición cristiana por la alegría y la acción del Espíritu Santo (ver Hechos 13,14 ss.).
Para reflexionar: ¿se nos nota que seguimos al Buen Pastor y que como Él confirmamos en la fe a nuestros hermanos? Recordemos la visión de Juan: «(…) porque el Cordero que está en el trono los apacentará y los guiará a fuentes de agua viva. Y Dios secará las lágrimas de sus ojos.» (ver Apocalipsis 7, 9 ss.), y oremos unos por otros y por los sacerdotes que han sido llamados a apacentar el rebaño del Señor, para que todos permanezcamos fieles a la misión y al Espíritu que se nos ha dado. Amén.
José A. Matamoros G. Pbro.
Párroco