«Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia». (Antífona Salmo 117). Nuestro Dios es tan bueno que nos regala dones y bendiciones tales como la vida, la familia, el trabajo, el estudio, etc., todo porque es eterna su misericordia a pesar de nuestra fragilidad, falta de gratitud y de fe. Dios siente con su corazón nuestro sentir como creyentes y por ello debemos dar gracias.
La Pascua es el paso de la misericordia del Señor en nuestras vidas, es el imán que atrae a más personas ante su presencia como lo testifican los primeros cristianos al ver los signos de los Apóstoles que actuaban en el nombre del Señor resucitado, predicaban y sanaban como Jesús lo hacía (ver 1ª lectura.).
La Pascua es dar testimonio de lo que vivió Juan en su visión, quien cayó a los pies del resucitado que le dijo: «No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo. Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde.» (ver 2ª lectura.).
La Pascua es pasar del anochecer de nuestros miedos y puertas cerradas del corazón al acontecer contemplativo de la paz del resucitado; es pasar de la incredulidad a la alegría de sentir la presencia del Señor que obra en el Espíritu Santo. Quien no vive la Pascua es aquel que cierra su fe hasta que no vea para creer como Tomás: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.» Pascua es dejarse elogiar por el Señor: «… Dichosos los que crean sin haber visto.» (ver Juan 20,19-31) Reflexionemos: ¿Sentimos la dicha de vivir con alegría la Pascua del Señor que debe cambiar nuestras vidas es ese paso a la paz interior que viene del Resucitado?
José A. Matamoros G. Pbro.
Párroco