Señor Jesús, a tus discípulos les decías que eran sal para la tierra y luz para el mundo. No era una exhortación piadosa. Era una declaración formal. Una institución responsable y un reconocimiento autorizado.
Nos preguntamos muchas veces cómo escucharían ellos esas palabras. Podían sentirse orgullosos de tu confianza. O tal vez quedarían avergonzados al ver que su comportamiento no respondía a la altura de tus ideales. Seguramente pensarían cómo vivir con verdad esa imagen que tú les atribuías.
Tú sabes que no es fácil ser la sal de la tierra. No es fácil tratar de preservar de la corrupcion a las personas y a las instituciones que han decididido vivir corrompidas para asegurarse un puesto en una sociedad marcada por las señales del lucro y del interés.
Para decir la verdad, no es fácil que nosotros mismos conservemos la fuerza de la sal. Con frecuencia nos volvemos insípidos, tanto en nuestras palabras como en nuestras obras. No podemos dar sabor a la comida rápida de hoy.
Y tu sabes que tampoco es fácil ser la luz del mundo. Las tinieblas son demasiado espesas. Son muchos los que han decidido apagar las lámparas para que los hombres y las mujeres caminen en la oscuridad. Así serán más vulnerables.
Pero también hemos de reconocer que nosotros mismos nos hemos instalado perezosamente en una tranquila y somnolienta penumbra. Estamos tan acostumbrados a ella que ni siquiera añoramos la claridad.
Sin embargo, ahí sigue resonando tu voz: “Vosotros sois la luz del mundo”. Al parecer no se trata tanto de hacer como de ser. No se trata tanto de hablar como de vivir. Se trata de aceptar la seducción y el desafío de la verdad.
Tú dijiste un día: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Gracias por revelarnos tu identidad y tu misión.
Gracias por invitarnos a seguirte con valentía y con alegría, dejando atrás las tinieblas, apostando por la vida y deseando vivirla con fidelidad. Amén. (Ver en https://www.revistaecclesia.com/oracion-la-luz-del-mundo-9-02-2020/)
¿El valor de COMPARTIR? ¿Compartir es un valor? ¿Qué aporta el valor de compartir con los demás? Los valores son las formas de pensar, sentir y actuar, por las que nuestra vida se rige, como por ejemplo la sinceridad, la honestidad, la creatividad, el respeto, la integridad, la seguridad, etc. Quizás no te habrás dado cuenta de que tienes estos valores, y sólo adviertes su presencia cuando los pones en duda. Es bueno comprobar qué valores se identifican con mi actuar. Constituyen la esencia de lo que da sentido a tu vida y son la base de tu felicidad. Todos tenemos valores. Quien niegue tenerlos es simplemente porque no se conoce lo suficiente. (Ver en https://www.pedroamador.com/valor-compartir)
También puede acceder a Reflexiones sobre el Evangelio de Mateo 5, 13-16 (5º Domingo del Tiempo Ordinario del Ciclo A – 9 de febrero de 2020)