En medio del ambiente navideño, ya al ocaso del año 2018, pongamos en manos del Señor las plegarias por la salud y el bienestar de nuestros seres queridos, tal como lo hizo Ana a su avanzada edad, que pidió al Señor un hijo ─con tanta fe y confianza─ y le fue concedido Samuel; su visita al templo de Siló para el sacrificio y la ofrenda de su hijo prometido al Señor, ratifican que la familia pertenece a Dios su fidelidad la sostiene (ver 1 Sam 1,20-22. 24-28).
Las palabras del apóstol Juan revelan la grandeza del amor de Dios por cada uno de nosotros, nos envió a su propio Hijo para que nos concediera la salvación y en Él seamos hijos suyos (ver 1Jn. 3, 1-2. 21-24). Valoremos la familia como don sagrado y restauremos en ella la confianza, la convivencia y la entrega, porque en ella tiene sede el amor de Dios, cuya presencia es el lazo que nos mantiene unidos día a día, a pesar de las dificultades y amenazas que se presentan en nuestros hogares.
Recordemos que de unos padres ejemplares ─hasta en el ámbito de la fe─ nosotros como hijos aprendemos a valorar la presencia de Dios en el seno del hogar y en el templo parroquial. Así lo hicieron José y María con Jesús, cumpliendo los preceptos de la ley de Dios y en la peregrinación anual al templo de Jerusalén con motivo de la Pascua, la fiesta de las tiendas y Pentecostés. A los doce años, Jesús ya conocía la Ley de Moisés gracias enseñanza religiosa de sus padres. Nos sorprende a todos su conducta en Jerusalén, cuando se queda en el templo hablando con los doctores de la Ley sobre las cosas de su Padre, mucho más allá de lo que ellos le habían enseñado. La familia unida volvió a Nazaret y Jesús iba creciendo en estatura y gracia ante Dios. Durante este año: ¿Nos preocupamos por las cosas del Padre celestial como Jesús desde su niñez? ¿Si Jesús creció en sabiduría y temor de Dios, en qué debemos enfocar nuestros proyectos para el año 2019?
José A. Matamoros G. Pbro.
Párroco
