Estos días de novena y de encuentro en familia nos han servido para preparar la Navidad. Mañana, a la media noche, compartiremos con nuestros seres queridos en medio de sentimientos encontrados por la alegría del encuentro, la nostalgia porque una persona amada ya no está; compartiremos una comida navideña, cantaremos villancicos, bailaremos con la tradicional música de diciembre y daremos obsequios en nombre del niño Dios a quienes han sido significativos en nuestra vida. Entre tanto, otras personas, por motivos que solo ellas saben, vivirán la nochebuena en el encierro, la amargura o la soledad.
Hoy contemplamos a María Santísima, la mujer sencilla y humilde que celebró con el encuentro y el servicio la alegría de llevar en su vientre al autor de nuestra alegría eterna; su visita para comunicarle la bendecida noticia, su presencia y su saludo, suscitan la acción del Espíritu Santo en Isabel, que exclama: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!»
La madre de Jesús es testimonio de cómo las personas sencillas pueden cambiar el curso de la historia; su presencia nos invita a volver la mirada hacia nuestros humildes orígenes campesinos, lo cual debe ser motivo de orgullo antes que de vergüenza, para retornar a lo esencial y agradecer a nuestros padres cristianos católicos la herencia de la fe que llenó de Navidad el corazón de María.
La Navidad debe ser bendición y bienaventuranza para todos. Nuestra presencia y nuestro servicio han de comunicar a los demás la alegría de la Navidad, sin oropel ni riqueza material. Que la contemplación humilde del pesebre de Belén donde nace el Dios humanado haga posible el nacimiento del Mesías en nuestro corazón y sea fuente de esperanza en la promesa del Señor. ¡Desde ahora les deseo una feliz y sentida noche de Navidad! Amén.
José A. Matamoros G. Pbro.
Párroco