Diciembre, un mes muy especial por su talante de fiesta y alegría, es la ocasión propicia para el encuentro familiar, la reconciliación, el cierre de unos ciclos y el comienzo de otros; su centro está en la preparación espiritual propia del Adviento y en la celebración de la Navidad. No en vano muchas familias ya están imprimiendo el ambiente navideño en sus hogares, con la corona de Adviento, el pesebre y la decoración navideña, además de pensar en las comidas decembrinas y los regalos.
Adviento es el tiempo de gracia para acrecentar la esperanza cristiana, porque se acerca nuestra liberación y hay razones para esperar, aun cuando sentimos miedo y ansiedad, en medio de calamidades como el hambre, el calentamiento global, la violencia y los abusos de poder. Debemos vencer el miedo, estar vigilantes, erguidos y con la cabeza en alto porque Cristo está en medio de nosotros y nos impulsa a trabajar en la construcción de un mundo nuevo. Ayuda el animarnos unos a otros en el Señor, sobre todo en momentos de aflicción, como lo hizo Dios con su pueblo: «Suscitaré a David un vástago legítimo que hará justicia y derecho en la tierra» (ver Jeremías 33,14-16). Por el amor que nos debemos unos a otros, es apremiante fortalecer la fraternidad y revisar si con nuestro comportamiento buscamos agradar a Dios (ver Tesalonicenses 3,12–4,2).
Adviento nos prepara para el nacimiento del Señor pero también nos da la esperanza de su segunda venida que será de gran poder y gloria de su parte: «Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación» (ver San Lucas 21,25-28.34-36). Una vez más, si estamos haciendo bien las cosas no hay motivo para bajar la cabeza pero el Señor nos vuelve a prevenir: «Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra». ¿Qué embota nuestro corazón? Si no miramos con misericordia a quienes están a nuestro alrededor y no buscamos agradar a Dios mediante el servicio y el amor al hermano desposeído y sufriente, difícilmente se bajan las cargas que llevamos en el interior, nos quitan la paz y nos llevan a la depresión si no las manejamos con la debida madurez: el cansancio de la vida, el estrés financiero, las frustraciones y decepciones, las dificultades personales, las enfermedades, etc. Adviento es estar despiertos para no endurecer el corazón y pensar con claridad cómo celebrar en paz la próxima Navidad, y usted, ¿qué opina?
José A. Matamoros G. Pbro.
Párroco