Hemos escuchado decir una y mil veces: “Es de humanos equivocarse”. Lo cierto es que muchas de nuestras equivocaciones no se justifican en la fragilidad de nuestra condición humana, sino que provienen de la falta de prudencia en las decisiones que tomamos o en las acciones que realizamos. Basta con hacer memoria de nuestra semana para darnos cuenta de numerosas imprudencias, algunas por falta de atención y otras por temeridad, que van desde un comentario menor que hizo daño a la fama de una persona, o alguna actitud que dejó a la vista nuestro orgullo y nuestras ínfulas de poder, de grandeza de riqueza, o de perfección personal, hasta un acto irresponsable y descuidado como conducir después de haber bebido licor. ¿Qué queda de ellas? Los actos irreflexivos, fruto de la imprudencia ─sea esta leve o grave─, ponen en riesgo la integridad, el bienestar y hasta la vida de aquel que los realiza y de quienes lo rodean. Las graves llevan a la justicia penal.
La Palabra de Dios resalta la necesidad de tomar conciencia sobre las consecuencias de nuestros actos, valorar los riesgos y obrar con sensatez, siendo cautos y venciendo el egoísmo; en otras palabras, obrando con sabiduría. La prevención en todo lo que pensemos o hagamos denota sana cordura, por ello se le debe querer más que a la salud o la belleza; la prudencia es luz «porque su resplandor no tiene ocaso.» (Sabiduría 7,7-11). Así mismo, La Palabra de Dios nos invita a un constante ejercicio de confrontación para ejercer la prudencia; ella penetra alma y espíritu y «juzga los deseos e intenciones del corazón». (Hebreos 4,12-13).
Jesús nos muestra que en el camino prudente para llegar a la vida eterna no basta con cumplir los mandamientos de la Ley de Dios, sino que es necesario desprenderse y despojarse de lo material, tal como se lo hizo entender al joven rico: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme». Ser un cristiano prudente exige poner en primer lugar al Señor y, desde la vivencia del evangelio, fijar la mirada en la eternidad, lo cual implica: derrumbar las falsas seguridades terrenas (el propio ego, yo tengo, yo soy), comprometerse ─en el nombre de Jesús─ a mejorar día a día y encarar la tarea de ser cristianos desde la misericordia, es decir, ser prójimo auténtico de los otros ─empezando por la familia─ y siendo conscientes de las persecuciones que se vienen por actuar con la sabiduría del evangelio. Al final tendremos la recompensa de la vida eterna. Reflexionemos: ¿Qué signos y actitudes de prudencia en nuestra vida terrena nos hacen falta para alcanzar la vida eterna? Amén.
José A. Matamoros G. Pbro.
Párroco
Píldoras litúrgicas (Comportamiento adecuado para participar en la Celebración Eucarística)
Conoceremos 12 reglas para aprovechar al máximo los grandes frutos espirituales que se reciben en la Misa:
9. Arrodillarse hacia el Sagrario al entrar y salir del templo: Al permitir que nuestra rodilla toque el piso, se reconoce que Cristo es Dios. Si alguien es físicamente incapaz de hacer la genuflexión, entonces un gesto de reverencia es suficiente. Durante la Misa, si se pasa delante del altar o del tabernáculo, se debe inclinar la cabeza con reverencia. (Tomado de: https://www.aciprensa.com/noticias/12-reglas-de-oro-para-portarse-bien-durante-la-misa-42196)