Jesús tenía plena conciencia de sí mismo y de su misión, su vida “testifica la conciencia de su relación filial al Padre. Su comportamiento y sus palabras, que son las del «servidor» perfecto, implican una autoridad que supera la de los antiguos profetas y que corresponde sólo a Dios. (…) Tenía conciencia de ser el Hijo único de Dios y, en este sentido, de ser, él mismo, Dios”. Fue descubriendo los rasgos más profundos de su identidad a lo largo de su vida, gracias a la oración, al conocimiento de la Escritura y a su docilidad a la acción del Espíritu, aun así, no pasaba desapercibido ante lo que se decía de Él: ¿Acaso nosotros sabemos quiénes somos? ¿Qué tanto nos conocemos? ¿Quiénes somos para los demás? Aquellos que nos conocen tienen una opinión propia, positiva o no, sobre lo que somos, por lo que es necesario discernir qué opina la gente de nosotros para crecer en nuestro proyecto personal de vida y no estancarnos. ¿Cómo nos ven los más cercanos a nosotros? No nos gusta que nos digan las cosas tal cual son, sobre todo cuando nos corrigen. Debemos ser humildes para autoconocernos. Urge levantar la autoestima hacia un sano equilibrio, sin dejarnos llevar por las flores que nos echen los demás, porque puede ser dañoso para la salud del alma. Debemos estar convencidos de lo que somos, es decir, únicos e irrepetibles a imagen y semejanza de Jesús, modelo de vida para todos.
Jesús camina (hodon) hacia Jerusalén, desea aclarar su identidad ante los demás para que no lo vean como un mesías político, un libertador del yugo romano. Y Pedro acierta: «Tú eres el Mesías», pero de inmediato, el Señor prohíbe al grupo contarlo a nadie (secreto mesiánico), luego los instruye sobre lo que debían esperar de Él y les revela cómo va a morir, (¿los demás que esperan de mí?) pero al final vendría una victoria trascendental: Él iba a resucitar.
Pedro tiene la osadía de reprender a Jesús, porque sus expectativas son contrarias a lo que acaba de escuchar y no puede comprender que el Mesías tenga un proyecto distinto a lo que ellos están pensando. Por esta razón, el Señor Jesús lo aparta y se refiere a él como “Satanás”, que quiere intervenir en el plan del Padre del cielo: «¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!». De inmediato, Jesús se ocupa de instruir a sus discípulos enseñándoles el valor de la cruz como parte de la identidad (del quien soy) y de la misión del Maestro (negarse a sí mismo, no andar pegado al mundo y salvar el alma).
Isaías nos da a conocer otra perspectiva del quien soy de Jesús: el siervo doliente cuyo Dios lo ayuda en el momento de la tribulación y del sufrimiento. Por su parte, el apóstol Santiago ratifica la personalidad de Jesús: un hombre de una sola pieza porque su fe la vivió unida a las buenas obras. Los cristianos debemos seguir este ejemplo.
Señor, en este mes del amor y la amistad, llévanos a la cruz con todo lo que somos y lo que tenemos, danos fuerza en los momentos de prueba para no perder nuestra identidad de cristianos y día a día mejorar para proyectar un buen quien soy hacia los demás y así caminar en tu presencia, no sólo en el país de los vivos sino en la eternidad de la resurrección. Amén.
José A. Matamoros G. Pbro.
Párroco
Píldoras litúrgicas (Comportamiento adecuado para participar en la Celebración Eucarística)
Conoceremos 12 reglas para aprovechar al máximo los grandes frutos espirituales que se reciben en la Misa:
6. Santiguarse al entrar y al salir del templo: Este es un recordatorio del Bautismo, sacramento por el que renacemos a la vida divina y somos hechos hijos de Dios y miembros de la Iglesia. Es necesario estar plenamente consciente de lo que sucede al santiguarse, y debe hacerse diciendo alguna oración. (Tomado de:https://www.aciprensa.com/noticias/42196).
Gaudete et exsultate: Exhortación Apostólica sobre la llamada a la santidad en el mundo contemporáneo (19 de marzo de 2018)
Más vivos, más humanos 32. No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó y serás fiel a tu propio ser. Depender de él nos libera de las esclavitudes y nos lleva a reconocer nuestra propia dignidad. Esto se refleja en santa Josefina Bakhita, quien fue «secuestrada y vendida como esclava a la tierna edad de siete años, sufrió mucho en manos de amos crueles. Pero llegó a comprender la profunda verdad de que Dios, y no el hombre, es el verdadero Señor de todo ser humano, de toda vida humana. Esta experiencia se transformó en una fuente de gran sabiduría para esta humilde hija de África»[30].