Jesús hoy está en medio de nosotros sacramentado, ratificando una verdad dicha por Él: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo” (ver Juan 6, 51-58). El Pan eucarístico, cada vez que lo comulgamos, nos da vida eterna, nos prepara para la resurrección del último día. Jesús lo vuelve a ratificar: “Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”. El Señor habita en quien comulga en la misa o recibe la hostia consagrada en el lecho de la enfermedad o la vejez: “el que me come vivirá por mí”. Esta verdad de fe sólo la vive quien se arrodilla ante el Santísimo, asiste con piedad a la misa y vive lo que celebra en la vida cotidiana.
En el sacrificio incruento de la misa ofrecemos siempre lo mejor a Dios: la fe, el arrepentimiento, la propia vida con sus fragilidades y flaquezas, la acción de gracias, la oración por los vivos y los difuntos, imploramos a Dios, anticipamos el reino eterno. ¿A qué venimos a misa? Si nos damos cuenta de las actitudes de muchas personas, da tristeza constatar que muchas vienen a misa a hablar del prójimo, a dialogar de temas distintos, a criticar, a sentarse como si estuvieran en la sala de la casa, a masticar chicle, a estar pendientes del celular, a mirar qué equivocaciones tienen los que sirven en la liturgia, empezando por el sacerdote; ni saludan al dueño de la casa (genuflexión), ni cantan, ni responden, ni elevan el corazón a Cristo. ¡Y vaya usted a llamarles la atención! ¡La reacción suele ser violenta! Si es así de negativa la actitud exterior, ¿qué se espera de la actitud interior de aquellas personas?
La Sabiduría de Dios (ver Prov 9, 1-6) nos dejó el manjar de la Eucaristía, una razón para tratar de comulgar bien porque Jesús está en la Hostia y Vino cada vez que el sacerdote consagra. En aquel “pedacito de pan consagrado” Jesús se deja ver y comer, razón por la cual decimos: ¡Amén! Pero para llegar a proclamar esta palabra universal hay que examinar nuestro comportamiento, mirar la sensatez del corazón “porque vienen días malos” que nos quieren alejar hasta de la santa misa. Procuremos revisar cuál es la voluntad de Dios, desterremos de sí la imprudencia y la embriaguez que lleva al libertinaje (ver Efesios 5, 15-20).
Participemos de la misa con alegría y devoción, cantando, orando, celebrando de corazón el misterio de la fe; dando gracias a Dios Padre en nombre de su Hijo Jesucristo. Recordemos que cuando venimos a misa nuestra vida se hace más consagrada y tenemos la fuerza para luchar contra el maligno a quien no le gusta que vivamos la vida sacramental y una vida moralmente digna. Amén.
José A. Matamoros G. Pbro.
Párroco
Píldoras litúrgicas (Comportamiento adecuado para participar en la Celebración Eucarística)
Conoceremos 12 reglas para aprovechar al máximo los grandes frutos espirituales que se reciben en la Misa:
2. Ayunar antes de la celebración eucarística
Consiste en abstenerse de tomar cualquier alimento o bebida, al menos desde una hora antes de la Sagrada Comunión, a excepción del agua y de las medicinas. Los enfermos pueden comulgar aunque hayan tomado algo en la hora inmediatamente anterior. El propósito es ayudar a la preparación para recibir a Jesús en la Eucaristía. (Tomado de:https://www.aciprensa.com/noticias/42196
Gaudete et exsultate: Exhortación Apostólica sobre la llamada a la santidad en el mundo contemporáneo (19 de marzo de 2018)
Tu misión en Cristo: 28. Una tarea movida por la ansiedad, el orgullo, la necesidad de aparecer y de dominar, ciertamente no será santificadora. El desafío es vivir la propia entrega de tal manera que los esfuerzos tengan un sentido evangélico y nos identifiquen más y más con Jesucristo. De ahí que suela hablarse, por ejemplo, de una espiritualidad del catequista, de una espiritualidad del clero diocesano, de una espiritualidad del trabajo. Por la misma razón, en Evangelii gaudium quise concluir con una espiritualidad de la misión, en Laudato si’ con una espiritualidad ecológica y en Amoris laetitia con una espiritualidad de la vida familiar.