La envidia (del latín “invidia”) se manifiesta cuando experimentamos tristeza o enojo ante el bien del prójimo y sentimos el deseo poseer dicho bien sin importar que la manera de adquirirlo sea injusta; ocurre, por ejemplo, cuando alguien se dice a sí mismo: “Me da envidia saber que la familia de al lado compró su casa propia y yo aún vivo en arriendo. ¡Quién sabe en qué negocio sucio están!” Sentir malestar o pesar por el bien ajeno nos genera resentimiento, nos lleva a pensar y a hablar mal de los demás, incluso hasta el punto de desearles un mal grave, lo que ya es un pecado mortal.
Recordemos que la envidia es uno de los siete pecados capitales porque lleva a pecados como la posesión forzosa, robo, etc., además de generar infelicidad, dolor y daño a los demás. “De la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad” (San Gregorio Magno, Moralia in Job, 31, 45).
La Sabiduría enfatiza que Dios hizo todo para bondad del hombre, lo creó incorruptible, “más por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo” (Sab 1, 13 ss). La muerte corporal y espiritual (vida sin sentido) viene de la envidia del tentador y no de Dios porque una vida llena de sabiduría viene de Él. ¿Cómo vencer la envidia? San Pablo habla de sobresalir en todo: fe, palabra, conocimiento, empeño, amor como obra de caridad, sólo así reconocemos la gracia de Jesucristo quien nos enriquece con su pobreza; resalta la igualdad entre los cristianos aplicando la solidaridad en medio de la carencia entre hermanos (Ver 2 Corintios 8, 7 ss).
Jesús ─que sabe de sus cualidades y fortalezas─ vence la envidia, porque está lleno del amor de Dios y piensa en el bien de las personas, porque no se compara con nadie ni presume de sus logros. El evangelio nos da un ejemplo de ello: el Señor sana a dos mujeres de distinta edad, una niña de doce años que estaba en las últimas ─cuyo padre intercede su ella─ y una mujer de avanzada edad, que padecía flujos de sangre desde hacía doce años y creía que con solo tocar el manto del Señor se sanaría. En los dos relatos de sanación, la fe vence a la envidia, a la enfermedad y a la muerte. «Talitha qumi» (que significa: contigo hablo, niña, levántate) es un llamado del Señor a vencer la envidia maligna, que además nos invita para que dejemos de juzgar, veamos con misericordia la situación de las personas que sufren y nos alegremos por la prosperidad y sanación espiritual y corporal de los demás. Amén.
José A. Matamoros G. Pbro.
Párroco
PÍLDORAS LITÚRGICAS – DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (CEC)
1142 Pero "todos los miembros -de la Iglesia- no tienen la misma función" (Rm 12, 4). Algunos son llamados por Dios en y por la Iglesia a un servicio especial de la comunidad. Estos servidores son escogidos y consagrados por el sacramento del Orden, por el cual el Espíritu Santo los hace aptos para actuar en representación de Cristo-Cabeza para el servicio de todos los miembros de la Iglesia. El ministro ordenado es como el "icono" de Cristo Sacerdote. Por ser en la Eucaristía donde se manifiesta plenamente el sacramento de la Iglesia, es también en la presidencia de la Eucaristía donde el ministerio del obispo aparece en primer lugar, y en comunión con él, el de los presbíteros y los diáconos.
Gaudete et exsultate: Exhortación Apostólica sobre la llamada a la santidad en el mundo contemporáneo (19 de marzo de 2018)
“17. A veces la vida presenta desafíos mayores y a través de ellos el Señor nos invita a nuevas conversiones que permiten que su gracia se manifieste mejor en nuestra existencia «para que participemos de su santidad» (Hb 12,10). 18. Así, bajo el impulso de la gracia divina, con muchos gestos vamos construyendo esa figura de santidad que Dios quería, pero no como seres autosuficientes sino «como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios» (1 P 4,10)…”.