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Comentario a las lecturas del domingo

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10° Domingo  del Tiempo Ordinario - Ciclo B 10 de junio de 2018

Algo que cuesta en la vida es aprender a asumir las consecuencias de nuestros actos, sobre todo aquellos que marcan negativamente la vida propia y la del prójimo, y pareciera que la “justificación” fuera la mejor salida para evadir toda responsabilidad. El libro del Génesis narra cómo Adán, al verse desnudo después de desobedecer a Dios Padre y haber comido del fruto del árbol prohibido, quiere justificar su falta: “la mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí”; luego la mujer, ante la pregunta del Señor: “¿Qué has hecho?” de igual manera  busca culpables: “la serpiente me sedujo y comí”.

Queremos buscar responsables de lo que hacemos mal, olvidando que los primeros responsables en desobedecer, pecar, faltar a la caridad, etc., somos nosotros mismos. ¿Qué has hecho? Es la pregunta que retumba siempre en la conciencia cuando nos dejamos llevar por las tentaciones o hacemos daño a los demás. El salmo 129 nos muestra a un Dios misericordioso que nos redime de todos nuestros delitos o pecados. San Pablo ve necesario que nuestro hombre interior se renueve día a día para llegar a la morada eterna donde Dios nos preguntará una vez más: “¿Qué es hecho?” o mejor, ¿qué hiciste de tu vida en la tierra?

San Marcos relata que Jesús está rodeado de mucha gente, resalta que su propia familia decía que “Él estaba fuera de sí” y hasta los escribas expresaban que tenía dentro al Maligno. Las acciones de Jesús causan habladurías que no tienen nada que ver con su auténtica obra de obediencia al Padre del cielo: Él es el nuevo Adán que se defiende hablando en parábolas, que no tiene que justificarse porque obra por la gracia del Espíritu Santo; es el Unigénito que nos considera parte de su familia sólo si “hacemos la voluntad de Dios”. 

Jesús se responsabiliza de sus actos, tiene poder sobre el mal (la serpiente, Belzebú), responde de manera clara y directa a los interrogantes de sus enemigos y ejerce su papel de pedagogo y familiar cercano. La palabra de hoy ─en el contexto del tiempo ordinario─ nos invita a mirar la cotidianidad de nuestras acciones, a revisar si nuestra naturaleza débil y mortal, es digna de la grandeza del Creador que todos los días no se cansará de preguntarnos: “¿Qué has hecho?” Sólo de Él viene la redención copiosa. Amén.   

José A. Matamoros G. Pbro.

Párroco

 

Gaudete et exsultate: Exhortación Apostólica sobre la llamada a la santidad en el mundo contemporáneo (19 de marzo de 2018)

15. Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por él, elige a Dios una y otra vez. No te desalientes, porque tienes la fuerza del Espíritu Santo para que sea posible, y la santidad, en el fondo, es el fruto del Espíritu Santo en tu vida (cf. Ga 5,22-23). Cuando sientas la tentación de enredarte en tu debilidad, levanta los ojos al Crucificado y dile: «Señor, yo soy un pobrecillo, pero tú puedes realizar el milagro de hacerme un poco mejor». En la Iglesia, santa y compuesta de pecadores, encontrarás todo lo que necesitas para crecer hacia la santidad. El Señor la ha llenado de dones con la Palabra, los sacramentos, los santuarios, la vida de las comunidades, el testimonio de sus santos, y una múltiple belleza que procede del amor del Señor, «como novia que se adorna con sus joyas» (Is 61,10)”.