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Comentario a las lecturas del Domingo

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Sexto Domingo de Pascua (Ciclo B)6 de mayo de 2018

Hoy el Apóstol Pedro nos enseña ─con su vida sus palabras─ que los seres humanos somos iguales y que “Dios no hace distinciones”. Por eso, cuando Cornelio se arrodilló a sus pies, lo levantó y le dijo «Levántate, que yo no soy más que un hombre». Lo ocurrido entre Pedro y Cornelio es fruto de la gracia del Espíritu Santo que se hace presente y sigue actuando en su Iglesia sin hacer distinción ni acepción de personas, comunicando su don al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea; Él ha querido habitar en nosotros y permitirnos renacer en el bautismo, es por ello que a nadie se le debe negar.

No hacer distinciones entre las personas es un reto difícil y nos cuesta mucho reconocer que ─obedeciendo al “interés cuánto valés” o a la mera conveniencia─ optamos frecuentemente por dar rienda suelta a las preferencias, para favorecer o inclinarnos a unas personas más que a otras por algún motivo o afecto particular, sin atender al mérito o a la razón, más aun, sin considerar que con ello alimentamos la “cultura del descarte”, que nos lleva a la indiferencia y a la negación de aquellos a quienes el Espíritu Santo ha elegido para sí. El Apóstol Juan nos enseña cómo vencer la tentación de la discriminación: amando a todos porque el amor es de Dios (…) y Dios es amor”. Si amáramos con el amor de Dios y valoráramos la entrega de su Hijo como “propiciación por nuestros pecados” seríamos personas más humanas, cercanas, caritativas y solidarias con aquellas que hoy día son fácilmente excluidas. Cuando no amamos como Dios manda hacemos daño, nos abandonamos a nuestros caprichos y somos víctimas del invento de nuestro propio desamor.

Jesús predica y vive el amor de Dios. Él nos invita a que permanezcamos en su amor, guardando los mandamientos para llegar a una alegría en plenitud. Siento aquí un llamado pascual del Señor a ser cristianos alegres; lástima que fácilmente nos amargamos, no solo porque pecamos al incumplir los mandamientos sino porque se nos olvida valorar al otro desde el amor fraterno, la caridad solícita y la transparencia del corazón. Me da coraje cuando siento que pierdo la alegría y hasta puedo ser imprudente con mis actitudes comentarios, pero nunca es tarde para revisar la conciencia y recordar que Dios Padre me quiere alegre, que valore su amistad. Jesús valora la amistad que supera toda exclusión, una auténtica amistad es muy difícil encontrar porque para todo hay condiciones e intereses mezquinos. Dios nos ayude a superar toda tentación de excluir a los demás, nos dé más capacidad para amar de corazón y valorar a los verdaderos amigos, porque con su ayuda podremos dar frutos que duren hasta alcanzar la vida eterna. Para reflexionar: ¿Amo desde el amor de Dios a quiénes me rodean? Amén.

José A. Matamoros G. Pbro.

 

Gaudete et exsultate: Exhortación Apostólica sobre la llamada a la santidad en el mundo contemporáneo (19 de marzo de 2018)

 

6. No pensemos solo en los ya beatificados o canonizados. El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios, porque «fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente». El Señor, en la historia de la salvación, ha salvado a un pueblo. No existe identidad plena sin pertenencia a un pueblo. Por eso nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana: Dios quiso entrar en una dinámica popular, en la dinámica de un pueblo.7. Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, «la clase media de la santidad»”.