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Comentario a las lecturas del Domingo

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Cuarto Domingo de Pascua (Ciclo B)22 de abril de 2018

No falta la persona envidiosa o tacaña que nos recrimina por hacer favores que benefician positivamente a los demás. Todo favor, ya sea pequeño o grande, puede ayudar a superar un problema para quien lo recibe, siempre y cuando haya una buena intención y no se abuse de la ocasión para esperar algo a cambio o se llegue a una deuda moral. El Apóstol Pedro siente gratificación, alegría y tranquilidad de hacer un favor en nombre de Jesús (¡Vaya favor tan sagrado, curar a un tullido!) porque mantiene equilibrio entre no hacerle favores a nadie y hacerle favores a todo mundo (ver Hechos 4, 8-12). Hacer un favor en nombre del Dios genera la gratitud y el gozo de saber que podemos ayudar a los demás; se trata de los pequeños milagros que dan satisfacción para la gloria de Dios─. Los hijos de Dios hacemos “prudentes favores” para corresponder al amor que Él nos tiene, siento que así se manifiesta la presencia Jesús resucitado en nuestras vidas (ver 1 Juan 3, 1-2).

¿Por qué hacer favores en el nombre de Jesús? Primero, porque Él no tiene recato en decir quién es, el Buen Pastor que cuida, protege y se interesa por las ovejas del redil; y, segundo, da a conocer su misión de servicio que no es un favor sino una convicción: Dar la vida libremente por los demás sin abandonar, acompañando en el caminar, reconociendo la voz del otro, atrayendo a las ovejas que no son del redil (ver Juan 10,11-18).

Hacer un favor en nombre de Jesús da confianza en Él, nos edifica como buenos pastores porque nos interesamos por el bien del prójimo sin esperar nada a cambio; nos ayuda a luchar con los lobos del egoísmo, de la indiferencia, la envidia y la falsedad; nos hace libres en el actuar porque no tenemos ataduras o cargos de conciencia porque en nuestra alma no reina la tacañería.

Humanamente sabemos que no siempre es posible hacer todo favor que nos pidan, y que también es necesario considerar a quién le hacemos favores. Sin embargo, para el Señor es claro que dar la vida supera todas las barreras humanas que tenemos a la hora de hacer o no un favor. Él, a cuya imagen hemos sido creados ─y por tanto capaces de amar sin límites─, nos llama a conocer y amar a los otros incluso hasta dar la vida por ellos, como el pastor con sus ovejas. Siento que, aunque nos falta mucho desprendimiento de nosotros mismos para superar las barreras de nuestra limitación humana, el Espíritu del Resucitado nos conduce, nos inspira e ilumina nuestro entendimiento para amar al prójimo, tal como nos ama el Hijo amado de Dios.

Demos gracias a Dios por los “buenos pastores” (sacerdotes, padres y madres de familia, docentes, profesionales, militares, policías, trabajadores, amas de casa, etc.) que tienen clara la misión de Jesús y la plasman en su vida cotidiana al servicio de la familia, la comunidad, la Iglesia y la sociedad en general. Amén.    

José A. Matamoros G. Pbro.

Párroco

 

MENSAJE DE PAPA FRANCISCO – GAUDETE ET EXSULTATE - SOBRE EL LLAMADO A LA SANTIDAD EN EL MUNDO ACTUAL

1. «Alegraos y regocijaos» (Mt 5,12), dice Jesús a los que son perseguidos o humillados por su causa. El Señor lo pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados. Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada. En realidad, desde las primeras páginas de la Biblia está presente, de diversas maneras, el llamado a la santidad2. No es de esperar aquí un tratado sobre la santidad, con tantas definiciones y distinciones que podrían enriquecer este importante tema, o con análisis que podrían hacerse acerca de los medios de santificación. Mi humilde objetivo es hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades...